Esbozo para un Psicoanálisis con perspectiva comunitaria

Lic. Genaro Velarde Bernal
 

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Pensar la práctica psicoanalítica en su relación con el amplio y complejo campo de ‘lo comunitario’ se impone hoy como una tarea necesaria e ineludible. Llevar adelante esta empresa implica volver nuestra mirada hacia la propuesta freudiana de un Psicoanálisis accesible a los sectores populares, de un Psicoanálisis como instrumento de comprensión y transformación social: 

Si el psicoanálisis, junto a su significación científica, posee un valor como método terapéutico; si está en condiciones de asistir a seres sufrientes en la lucha por el logro de los requerimientos culturales, esta ayuda debe poderse dispensar también a la multitud de seres humanos que son demasiado pobres para recompensar al analista por su empeñoso trabajo. (Freud, 1923, pp. 290).

Aunque nociones como ‘comunidad’ y ‘comunitario’ no son de raigambre en el corpus teórico psicoanalítico (lo que también sucede con conceptos de apellido social como lo son ‘vulnerabilidad social’, ‘exclusión social’, ‘desigualdad social’, etc.), sólo puede resultar positivo el hecho de que, de un tiempo a la fecha, escuchemos cada vez más frecuentemente la expresión ‘el psicoanalista en la comunidad’. 

En una tentativa por delimitar el punto de intersección de la práctica psicoanalítica y el campo de ‘lo comunitario’ [1]me ha resultado útil reservar las denominaciones ‘Psicoanálisis comunitario, con perspectiva comunitaria o con perspectiva social-comunitaria’ al campo de nuestra disciplina (a la práctica e intervenciones de los psicoanalistas, a la metapsicología y la técnica que se deriven de aquella) que tenga como eje a los sujetos que viven en situación de pobreza (o pobreza extrema), desigualdad y exclusión social, a quienes se encuentran atravesados por múltiples vulnerabilidades y vulneraciones, a quienes se encuentran en la indigencia y viviendo en situación de calle y a quienes su condición de vida puede ser comprendida como en un estado de emergencia psíquica y social, todas ellas raíces de insoportables sufrimientos y de muchas de las problemáticas psicosociales complejas que aquejan a una parte importante de nuestras poblaciones.

Pero, ¿es necesario que hablemos de un Psicoanálisis con perspectiva comunitaria? Si el psicoanalista hace psicoanálisis, ¿por qué no llamarlo, simplemente, Psicoanálisis? 

La práctica que se despliega en territorio [2] y con población como la he descrito obliga, por un lado, a una escucha específica (como sucede cuando intervenimos con adolescentes, psicóticos, con el campo de la virtualidad y la perspectiva de género) y, por otro lado, a que el analista tome en cuenta ciertas consideraciones que constituyen un eje ético-terapéutico (Velarde Bernal, 2020) fundamental para cualquier intervención en estas condiciones y contextos sociales: 1) el análisis de los preconceptos/prejuicios del analista o el análisis del analista como sujeto social (como sujeto potencialmente estigmatizador); 2) la necesaria concepción hipercomplej a [3 de la subjetividad humana, que incluye no sólo a las dimensiones biológica, psicológica y social, sino también a la cultural, económica, comunitaria y política [4]; 3) la flexibilidad del consultorio y el dispositivo analíticos: es posible producir experiencia psicoanalítica ahí donde se encuentra un psicoanalista dispuesto a psicoanalizar y un(os) sujeto(s) que sufre(n) psíquica y socialmente dispuesto(s) a aventurarse en un tratamiento, lo que puede suceder dentro de cuatro paredes, o no. 

Además de lo anterior, el analista que trabaja con población vulnerada y en contextos sociales complejos no debe perder de vista (y de esto deriva gran parte del posicionamiento analítico) que su intervención se inscribe en el marco de una continua reflexión sobre el par asistencia/asistencialismo: la práctica analítica sólo produce retoños en el campo de la asistencia, no del asistencialismo; sin embargo, la tensión es inherente al abordaje comunitario.

El Psicoanálisis, en tanto práctica comunitaria conserva plenamente su singularidad: el trabajo con la subjetividad, con los procesos inconscientes y con los múltiples padecimientos derivados; el compromiso con la co-construcción de un espacio en el que el interrogante, la palabra, el deseo y los afectos circulen, siempre sobre base de un vínculo transferencial, horizontal y de confianza; el sostenimiento del pleno respeto a la radical singularidad del otro y a sus derechos.

Desde nuestra posición, y con plena convicción de lo que aporta nuestro instrumento, los psicoanalistas intervenimos en los sectores populares como agentes que operan sobre los más profundos efectos de la pobreza, la exclusión social y la marginalidad; sobre la dimensión sufriente asociada a la violenta desmentida desubjetivante del Otro/Estado y del Otro/Social y del impacto de todo ello en la constitución de las subjetividades, en la construcción de los propios circuitos subjetivantes (Velarde Bernal, 2019), en las modalidades de vinculación y de goce. Intervenimos alojando [5] los malestares asociados a la indignidad, la desesperanza y la desesperación que producen esas formas de (sobre)vivir a las que estos sujetos han sido arrojados, donde alojar es también validar sus discursos, sus afectos y sus malestares psíquicos, sociales y corporales.

La pobreza, la desigualdad, la exclusión social y una gran cantidad de problemáticas psicosociales complejasasociadas, se imponen como punto de urgencia a resolver por los Estados, las instituciones y la sociedad civil en general. 

Los profesionales de la salud mental (especialmente los psicoanalistas) tenemos una importante responsabilidad en esta labor. Pienso que nuestra disciplina pierde el rumbo si los conocimientos que genera no pueden ser puestos a disposición de la enorme cantidad de personas sin posibilidad de acceso a servicios de salud (mental) de calidad y con muchos de sus derechos vulnerados. 
 

[1 Algunas de las siguientes ideas han sido desarrolladas en un trabajo inédito, titulado ‘Hacia un psicoanálisis con perspectiva comunitaria: de la imprescindible intervención psicoanalítica en los sectores populares’.
[2] El trabajo territorial es uno de los pilares de toda intervención que se jacte de ser comunitaria; implica adoptar una posición activa, acercando el dispositivo a los sujetos.
[3] Esta multidimensionalidad exige un trabajo en red: con instituciones, profesionales y con referentes barriales y comunitarios. Es el trabajo intersectorial: el psicoanalista tejiendo con otros. 
[4] ‘No hay salud mental pensable cuando el sujeto es excluido de su condición de hombre político (…)’ (Viñar, 2009, pág. 42). 
[5] Como sostienen Weigandt y cols. (2017), alojar en términos psicoanalíticos implica, por lo menos, la puesta en juego de un deseo factible de ser interrogado; es decir, una oferta.

Referencias
Freud, S (1988). Prólogo a un trabajo de Max Eitingon. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 19, pp. 290). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado 1923).
Velarde Bernal, G. (2019). El ‘pibe chorro’ y su escena delictiva. En Psicoanálisis, Volumen 41, No. 1 y 2, 2019, pp. 191-206.
Velarde Bernal, G. (2020). ¿Psicoanálisis y comunidad o psicoanálisis comunitario? Pensando la intervención psicoanalítica en contextos de vulnerabilidad psicosocial. En Psicoanálisis Volumen XLII, No. 1 y 2, 2020, pp. 315-333. 
Viñar, M. (2009). Mundos Adolescentes y vértigo civilizatorio. Montevideo: Ediciones Trilce.
Weigandt, P.; Pavelka, G; La Veccia, M.  (2017). Universidad, psicoanálisis y posicionamiento comunitario. En Revista El Hormiguero: Psicoanálisis: Infancia/s y Adolescencia/s; Volumen 21, 1, 2017. Recuperado en diciembre de 2019, en http://revele.uncoma.edu.ar/htdoc/revele/index.php/psicohormiguero/article/view/1960/58362

 
 

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