Sobre la Idiosincrasia Inherente al Psicoanálisis
Dana Amir, Ph.D.
El psicoanálisis, desde siempre, ha mantenido relaciones complejas tanto con las investigaciones científicas basadas en la evidencia como con el ámbito artístico. Mientras ofrece un mapeo exhaustivo de las estructuras psíquicas, se aferra a un lenguaje poético, denso y estratificado que está marcado por una especulación abundante. Este corto ensayo propone compartir algunas ideas sobre las triples relaciones entre el psicoanálisis, la ciencia y el arte.
El plan empírico de traducir objetos internos a datos externos y cuantificables choca con el pensamiento psicoanalítico, no sólo porque los conceptos psicoanalíticos son difíciles de medir de una manera no reduccionista, sino además porque, a pesar de su repetida marca de verdad en cuanto a su objeto de investigación, el psicoanálisis resiste inherentemente la dimensión empírica del conocimiento. Al escribir sobre el “dilema inherente” de los artistas, Winnicott (1963) ofreció el siguiente argumento fascinante: Aunque los artistas utilicen su arte para profundizar el conocimiento sobre ellos mismos, no se puede imaginar a un artista llegando a la culminación de esta tarea que lo preocupa de manera tan absorbente. Este dilema es aplicable, también, al pensamiento psicoanalítico. Por un lado, el psicoanálisis busca investigar la psique humana así como a sí mismo como meta-teoría. Por otro lado, no parece haber nada más terrible para los pensadores psicoanalíticos que la posibilidad de ver que sus argumentos se transformen en materia sólida, y hacerse mensurables y finitos.
El inconveniente que tiene la comunidad psicoanalítica en soltar su idiosincrasia puede ser asemejada con la reticencia que tiene un paciente en soltar su apasionamiento con su síntoma. Esta dificultad se vincula con el hecho de que el síntoma en sí no es un órgano extraño que puede ser removido a voluntad: está arraigado en la identidad del sujeto y constituye un gran volumen de ella. De igual modo, el lenguaje de psicoanálisis no es un cuerpo extraño que se adhirió de alguna manera al método. Expresa y representa lo que constituye, esencialmente, el psicoanálisis: un corpus de pensamiento abundante, de múltiples estratos, cuya forma compleja es una representación vital de la temática que aborda.
En un capítulo dedicado a la naturaleza de la apreciación estética, Donald Meltzer y Meg Harris-Williams sugieren que en el encuentro entre el self y el objeto se exponen dos modos de contacto: cincelar y envolver (Meltzer & Harris Williams, 1988, pp.186-187; también ver: Amir, 2016). Siempre que la mente humana encuentra un objeto nuevo, lleva a cabo dos acciones inconscientes, ya sea sucesivamente o simultáneamente: por un lado, “envuelve” al objeto nuevo con un entorno familiar, mientras que, por el otro, lo enfrenta como algo totalmente y enteramente ajeno. Esta es la base que diferencia el “conocer sobre” y el “conocimiento esencial” (Meltzer & Harris, 1988, p.186-187). Mientras el “conocer sobre” es la relación con el objeto desde una perspectiva externa, envolviendo lo nuevo e incluyéndolo como parte de un continuo, el “conocimiento esencial” es el encuentro con lo ajeno como tal.
Cada método de conocer incluye un movimiento continuo entre el cincelar y el envolver. Pero el psicoanálisis, más que cualquier otro método de investigación, procura el cincelado. No digo que la teoría psicoanalítica en general no se considere como un continuo, o como parte de una secuencia. Lo que sugiero es que, a través de su lenguaje denso y estratificado, el psicoanálisis mantiene la dimensión del cincelado aún cuando presenta, aparentemente, una teoría envolvente estructurada y coherente.
Spence (1982) sostiene que mientras es tentador interpretar a los relatos fascinantes y atractivos como verdades históricas, los logros de los pensadores psicoanalíticos son el resultado de articular narrativas coherentes más que esquematizar una realidad concreta. Aunque no estoy de acuerdo con que el poder de los marcos de referencia teóricos psicoanalíticos dependan principalmente de su sofisticación retórica, realmente sostengo que Spence aborda una verdad fundamental relativa al rol crítico que desempeñan las estructuras estéticas psicoanalíticas. Volvamos a las ideas de Meltzer y Harris. Ya que conocer siempre conlleva algunas de las cualidades del objeto, hay objetos del conocimiento que son más apropiados para “conocer”, mientras que se puede adentrar en otros objetos solamente por el “conocimiento esencial”. Misterioso, complejo e impermanente, el objeto del pensamiento psicoanalítico puede ser menos comprendido del modo del “conocer sobre”, que del modo del “conocimiento esencial”. En este sentido, se aproxima más a la naturaleza especulativa del arte que a la ciencia basada en la evidencia.
Es justamente gracias a su carácter especulativo que el psicoanálisis resiste su misma esencia. Las teorías no se crean sólo para explicar fenómenos o para propósitos operativos. Son parte, también, de cómo la comunidad humana valida su existencia y la vuelve significativa. La belleza de una teoría importa no porque anhela llegar a la condición de considerarse arte, sino porque la belleza estimula a la mente a buscar, y en este sentido constituye una de las fuerzas más poderosas del pensar. El psicoanálisis siempre lo ha reconocido. Su idiosincrasia, que por momentos elige la belleza por sobre la lógica causal simple, no es una mera defensa. Así es como protege su meollo, conservando la cualidad del cincelado dentro de la cualidad del envolver, lo misterioso dentro de lo acogedor, el misterio que, justamente, al no ser revelado resulta ser la base de toda revelación.
Referencias
Amir, D. (2016). On the Lyricism of the Mind. New-York & London: Routledge.
Meltzer, D., & Harris-Williams, M. (1988). The Apprehension of Beauty. Scotland: Clunie Press.
Winnicott, D.W. (1963). Communicating and not communicating leading to a study of certain opposites. In: The Maturational Processes and the Facilitating Environment, 1985, pp. 179-192.
Traducción: Shirley Matthews