La imperfección de la realidad como motor del progreso

Dr. Samuel Arbiser
 

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¿Qué implica la ‘realidad humana’, ese hábitat construido por la laboriosidad de nuestra especie? ¿Cuál es la razón de su dinámica? ¿Qué pistas nos brinda acerca de lo que denominamos progreso?

A un ritmo temporal cuantificable en millones de años en los remotos orígenes de los primeros ‘homínidos’ hasta el alucinante vértigo en que transcurre el fluir de nuestro tiempo actual. Desde las rudimentarias herramientas, armas, cacharros y ornamentos que produjeron esos antepasados hasta los más sofisticados artefactos, monumentales ciudades, excelsas obras de arte y evolucionados sistemas de convivencia, se fue construyendo ese abigarrado conjunto que constituye nuestra realidad humana contemporánea. Trayectoria sinuosa orientada a hacernos más segura, eficiente y confortable nuestra existencia. Enunciado de validez tan general como imprecisa en tanto se trata de metas que, en su realización, son entendidas en forma harto diversa en cada contexto geográfico e histórico y, más aún, hasta por la subjetividad de cada persona. Pero ese mismo enunciado contiene un correlato más audaz, si nos animamos a imaginar en un nivel de abstracción de dimensión cósmica la maquinaria que pone en juego el vector del progreso de nuestra realidad humana. Y sugiero así la propuesta central de esta nota al afirmar que esa maquinaria reposa en la fuerza impulsora inherente a su imperfección, precisamente insanable por ser construida por el también imperfecto hombre. Pero en fin… realidad imperfecta, aunque por eso mismo perfectible; cualidad decisiva en tanto empuja obstinadamente hacia adelante en pos de una supuesta perfección que, cual esquivo oasis, se muda en espejismo cada vez que creemos alcanzarlo. Incluso aunque ese adelante o progreso constituya, como todo futuro, una insondable incógnita. Perfectible, en cambio, es un término más modesto en tanto nos previene contra las peligrosas promesas de perfección en formato de utopías, sean religiosas o ideológicas; porque a  medida que nuestro mundo occidental se secularizó las creencias religiosas se hicieron más laxas y el intolerante dogmatismo acrítico se desplazó hacia las convicciones ideológicas; son utopías que a lo largo de la historia de la humanidad culminaron en infaustos cataclismos. ¿Quién mejor conocedor del alma humana que Freud (1930 y 1932) cuando en el siglo pasado nos advertía acerca de la dudosa viabilidad del ‘paraíso comunista’? Casi simultáneamente fuimos testigos azorados  e impotentes de la siniestra conjura nazi, tramando la depuración de los seres humanos ‘inferiores’ para destilar una ‘raza superior’. Hoy mismo contemplamos innumerables pueblos sumergidos en la pobreza extrema asociada a sometimiento social servil, crueldad política y misoginia, que se abrazan aferrados a anacrónicos fanatismos religiosos e ideológicos, ‘hipnotizados’ por patéticos  y despóticos caudillos o predicadores.

Por otra parte, tal mentada imperfección asintótica, motor de ese pujante trajinar, fue  construyendo nuestro mundo presente a lo largo de decenas de milenios y siglos; mundo pleno de  imperfecciones pero también de incontables bienes materiales e intangibles que fueron decantando a su paso y conforman ese extraordinario patrimonio que hoy disfrutamos. Monumentales obras de la ingeniería y de la arquitectura, sustantivos recursos científicos, tecnológicos y artísticos y, por sobre todo, sistemas de  relaciones humanas amparados en pactos institucionalmente consensuados que promueven y ejercitan el resguardo de las libertades y derechos individuales y colectivos. Condiciones que alientan y facilitan los desarrollos de las capacidades y talentos personales para beneficio de la comunidad sin menoscabo de los propios; y, donde la autoridad se ejerce con el menor riesgo posible de regresión al sistema de sometimiento ante el todopoderoso y tiránico ‘padre de la horda’ primitiva (Freud, 1912/3).

Con esta escueta enumeración de logros alcanzados por nuestra especie, esbozo un prudente elogio a la imperfección e intuyo que tales logros, que nos maravillan y valoramos, nunca serán suficientes ni distribuidos en forma razonablemente equitativa. Pero prudente también por cuanto esa dinámica se debería balancear con algunas advertencias que nuestro presente impone por la inesperada irrupción de la  pandemia del Covid 19; por ahora incontrolable. Esta nos advierte en forma dramática que pese su logrado control, la hiperpotencia de la naturaleza que Freud (1930) nos refería sigue aún  imponiéndose; y nos obliga a diferenciar dicho control de la ‘depredación’; y de paso invitarnos a atender a los temas globales como el ‘cambio climático’ y ‘la contaminación ambiental’. Y poder así mitigar, aunque sea ilusoriamente, esa insondable incógnita que el futuro nos depara.        
    
Referencias
Freud, S. (1912/3). Totem y Tabú. Tomo XIII. Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1976
Freud, S. (1930). Malestar en la Cultura. Tomo XXI. Buenos Aires: Obras Completas: Amorrortu Editores, 1976.
Freud, S. (1932). Porqué la Guerra. Tomo XXII. Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1976.

Este artículo ha sido publicado por primera vez en la revista El Progreso, en julio de 2020
 

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