Entablar una amistad con la oscuridad de nuestras mentes y la de afuera es difícil, aunque si lo pudiéramos aceptar, nos puede dar una nueva textura a las vivencias de nuestras vidas. Enlazando un par de mis propias experiencias, quisiera dilucidar más sobre esta idea en estas líneas.
Aunque nunca tuve miedo de la noche y de la oscuridad que conlleva, en mis días de mayor ansiedad y desolación, me encuentro envuelta en telarañas, forcejeando con sus hilos, tratando de sobrevivir a su dolor. Las noches conllevan un temor misterioso, como que no podré respirar en esa oscuridad intimidante, como que sería sofocada por esa sombra que ejerce poder sobre mí. Con todos a mi alrededor dormidos, un silencio inquietante flota alrededor de mis oídos. Es difícil entablar amistad con una noche así.
En una noche como esas, me fui a dormir dando vueltas en la cama, y desperté con un sueño horrible, que me sacudió.
En mi sueño, estaba internada en un hospital con paredes azules y con personas totalmente desconocidas. La única persona que conocía era una amiga querida de mi clase. El resto de las caras eran desconocidas y raras. Había caras diversas, extrañas, sentadas con mi amiga y yo, en una conferencia en el hospital.
Por alguna razón, no estaba disfrutando para nada de mi pasantía, así que mi amiga y yo decidimos faltar a esta conferencia. Más tarde, hubo otra conferencia al que, nuevamente, mi amiga y yo pegamos el faltazo. Y, repentinamente, en mi sueño, me di cuenta que había faltado a dos conferencias, sin sentir culpa. En mi sueño, sentía una inminente sensación de catástrofe. La pasantía resultó tan miserable que no me importó si faltábamos a una conferencia tras otra.
Esa noche, desperté justamente con ese pensamiento. Estaba demasiado oscuro y daba demasiado miedo y yo sentía que había alguien justo detrás de mí, que me quería lastimar. Traté de darme vuelta pero no se veía nada. No me podía quedar quieta para nada y, entonces, comencé a respirar fuerte y traté de prender las luces. Aún así, con las luces prendidas sentía que había algo debajo de la cama y detrás de mí, tratando de hacerme daño. No podía moverme de donde estaba, de ninguna manera.
Cobré coraje y fui al estante donde guardaba mis libros y agarré el primer libro que se me vino a la cabeza. Y de alguna manera, mientras respiraba fuerte e hiperventilaba, por primera vez tomé ‘La frontera primaria de la humana experiencia’ de Thomas Ogden entre mis manos y lo abrí en el capítulo que se llama: ‘La Posición Esquizoide’, que comienza con estas líneas:
… o la música tan profundamente escuchada
Que no se escucha en absoluto,
Pero somos la música mientras dura la música...
T. S. Eliot
Leí estos versos y aunque extrañamente esas palabras tenían sentido entonces, no podía darle sentido a nada. Comencé a mandar mensajes de texto a un par de amigos sobre este sueño.
Cuando les escribía acerca del sueño, sentía que había alguien en mi habitación, intentando lastimarme. Sentí que había mandado mensajes a mis amigos sobre este temor. Este alguien que quiere hacerme daño, me lastimará aún más.
Pero tan pronto como lo escribí y lo envié, me senté tristemente y miré el mensaje, y me di cuenta que la incertidumbre y la falta de familiaridad con el futuro me asustaban.
Extrañamente, después de que este terrible y temeroso sueño me hubiera despertado, comencé a leer un capítulo sobre ‘la posición esquizoide’, descripta por Ogden (1992).
Ogden (1992) explica que en esta posición esquizoide, tenemos una relación con nuestro self en la que estamos en un estado donde, a pesar de que podríamos estar buscando recurrir a otros, estamos tan preocupados con nuestra propia imaginación interna del mundo, que alcanzar un sentido recreativo y objetivo completo de un mundo exterior, simplemente se vuelve imposible.
Nancy McWilliams (1994) explica que la persona esquizoide puede ser alguien que está retraída hacia un mundo interno de imaginación. La capacidad más emocionante para una persona esquizoide es su propia creatividad. La etimología de la palabra se remonta a la palabra alemana ‘schizien’ que significa ‘una escisión/división’.
McWilliams (1994) aclara que la escisión implícita en la etimología de la palabra esquizoide existe en dos áreas, entre el self y el mundo externo, y entre como se vivencia o experiencia el self y el deseo. Esta fractura puede ser una vivencia de alienación de partes del self o de ciertas partes de nuestra vida.
Posiblemente, son estos espacios esquizoides dentro de nosotros que cobran vida cuando los sueños se vuelven pesadillas, y nos despiertan de manera aterradora.
Klein (1946) amplía aún más esta idea en su teoría. Explica que en la posición esquizo-paranoide, dividimos todas nuestras experiencias en términos de buenas y malas, blanco o negro, día y noche…sin lugar para un gris neutro. Con estas polaridades, la maldad del mundo comienza a hacer persistir la paranoia dentro nuestro, de cómo el mundo es malvado y de cómo nos quiere lastimar.
Por lo tanto, a veces, es posible que nuestros temores sobre nuestro futuro incierto perdura como un fantasma que está detrás nuestro, asustándonos a cada paso, de una manera que dividimos ‘día’ y ‘noche’. El día brillante lleno de sol contrasta con la noche oscura y sombría en la que nos ahogamos. Quizás, en estos “espacios esquizoides”, nos hacemos eco de nuestro propio miedo y vivimos en nuestros propios mundos internos de tal manera que el mundo objetivo fracasa y se derrumba ante nosotros.
Esa noche cuando soñaba y a veces todavía ocurre, intoxicada por una gran ansiedad, comencé a temer la oscuridad, casi como si, en esa oscuridad, se encontrara una verdad debajo de mi cama, en los rincones sombríos, que quisiera estorbarme y asfixiarme.
Es en los espacios oscuros, en donde no podemos ver hacia dónde avanzaremos a continuación. Y es, a veces, en la oscuridad donde tenemos que abrazar las incertidumbres y estos límites indefinidos, nebulosos y ambiguos de nuestra mente.
Quizás sea esto lo que no reconocemos, confundidos y ahogados en nuestra propia oscuridad. Por lo tanto, a veces, el miedo a la oscuridad no es más que nuestros propios miedos y conflictos internos, que no podemos abarcar ni con los que podemos avanzar. El miedo a la oscuridad puede simbolizar un miedo al futuro incierto con el que no podemos quedarnos, que evoca y establece dentro de nosotros un estado intimidante, que nos deja temerosos de todo lo que nos rodea.
Una canción de una película india escrita por Swanand Kirkire explica esta oscuridad particular, con matices de tratar de hablar con la noche y hacerse amigo de ella. Traducida, las palabras decían más o menos lo siguiente:
…Para el deleite de mi corazón
Debo hablar con la oscuridad…
Esta oscuridad está loca
Es tan densa
Me pincha, me muerde
Pero sigue siendo mía
En su regazo,
Tengo que apoyar mi cabeza y dormir
En sus hombros,
Huiré y lloraré…
Nuestra tenue visión nocturna nos brinda una forma novedosa, sutil y suave de percibir las cosas. A veces, si intentamos hacernos amigos de esta oscuridad, es posible que comencemos a ver las cosas con una nueva luz…
Referencias
Klein, M. (1946), Notes on some schizoid mechanisms.
Int. J. Psychoanal.,
27, 99-110.
McWilliams, N. (1994), Schizoid Personality, in
Psychoanalytic Diagnosis: Understanding Personality Structure in the Clinical Process, pp. 185-204, New York: The Guilford Press.
Ogden, T. (1989), The Schizoid Condition, in
The Primitive Edge of Experience, pp. 83-108, London: Karnac Books.
Traducción: Shirley Matthews