El porqué de la violencia

Dr. Leonardo Peskin
 

La engañosa invención de graves afrentas sufridas en manos de ‘los otros’ justifica romper las reglas y crear excepciones para restaurar un supuesto orden.

0
Comments
1030
Read

Para poder pensar el amplio tema de la violencia desde el psicoanálisis, debemos destacar que, a pesar de que habría condiciones culturales, científico-tecnológicas y de riqueza mundial como para que haya menos violencia, podemos afirmar que pasa lo contrario.

Hemos sido testigos, en el siglo pasado y el inicio de este, de las expresiones más brutales de odio sistematizado, el cual adquirió formas que demuestran que la cultura, la ciencia y la tecnología, así como la riqueza estuvieron al servicio de la devastación. Esto muestra que el odio ligado a la violencia es un síntoma recurrente, cuando se abre un atajo que pretende aliviar el malestar social por vía de descargas pulsionales directas, con el agravante, que las peores formas de exterminio están justificadas por un orden intelectual y jurídico consistente. La venganza, el exceso frente a los derrotados, la indiscriminación en la creación de víctimas tomadas como si fuesen los criminales, etc. son ejemplos típicos de intentar satisfacer la sed social de descarga tanática. La invención mendaz de graves afrentas realizadas por los ‘otros’ justifican la ruptura de las reglas, creando la excepción, para reencausar un supuesto orden. Esto suele ser la excusa ideal para autorizar matanzas y persecuciones. Todos los recursos se ponen a disposición de la aniquilación del semejante transformado en la causa de algún desastre social, lo que suele operar como excusa para liberar el odio desanudado de toda piedad.

Hay una singularidad en los casos de la violencia de Estado, las guerras indiscriminadas, las matanzas terroristas o de grupos radicalizados que atacan sin distinción, se trata de que hay que cambiar un criterio ético del psicoanálisis, las víctimas no tienen responsabilidad en sufrir los ataques. La responsabilidad proveniente de un otro contra las víctimas, una falla ética y moral que proviene de la cultura de los atacantes o de la sociedad donde se produce el ataque, permite que haya un ensañamiento con el que se elige como responsable de algo. Esto subvierte una tendencia, dado que  el psicoanálisis cuestiona en primer lugar al propio sujeto como responsable de su destino.

Un sujeto se constituye en el seno de una cultura, y esta lo irá preparando para que sea pacífico o belicoso. En sociedades proclives a la violencia se forman sujetos violentos, como las que culminaron involucradas en los eventos más notables de violencia organizada; ahí encontramos antecedentes de enseñanza e incentivación desde la infancia. Recordemos las juventudes hitlerianas, las escuelas para Kamikaze y los centros de formación de terroristas musulmanes. Ahí se tiene bien claro que para lograr fraguar un sujeto violento hay que adoctrinarlo instalando la violencia como Ideal y creando un discurso consistente donde pueda apoyar su accionar.

Desgraciadamente ciertas sociedades también pueden preparar a sus integrantes para ser víctimas. Esto es muy importante en los casos de violencia de género y la religiosa, como también en los de violencia contra los niños.

La difusión masiva de ideales violentos transformados en discursos pseudoracionales cumplen en nuestros días con dos premisas: una es la distribución universal y masiva del poder por vía del adoctrinamiento, que da derecho a cada uno de ser el ejecutor de esas ideas en el marco de bandas organizadas; y por otro lado con la subordinación de las leyes a los ideales, se subvierte de un modo siniestro la función restrictiva y ordenadora de la Ley, como representante simbólico de un tercero para frenar el impulso.

La violencia más inquietante es la que podemos denominar exitosa, para diferenciarla de la violencia individual o grupal que emerge accidentalmente como acciones agresivas como fracaso de la contención simbólica. La violencia nazi como ejemplo paradigmático, no se trató de un fracaso intelectual o cultural sino de un proyecto del más alto racionalismo. Fue un sádico logro intelectual que creó el más sofisticado objeto denigrado. Hizo del semejante una cosa a ser destruida sin residuo alguno reconocible como derivado de una persona.

Cuanto más sofisticado es el dispositivo simbólico que motoriza  la pulsión, más artera será la consecuencia y más sutilmente siniestra será la organización social que se produzca.

Los cambios culturales a partir del nazismo han democratizado el poder tanático, el avance de la ciencia y la tecnología han facilitado el acceso al poder destructivo con productos sofisticados de los que puede disponer cualquiera. El sujeto pierde toda responsabilidad, goza de un encadenamiento que resuena cotidianamente en nuestros días: ‘decreto de necesidad y urgencia’, ‘estado de excepción’, ‘obediencia debida’, ‘zona liberada’, ‘efectos colaterales’ todo esto habilita el eventual accionar despiadado del sujeto. Según la organización del Tercer Reich, cualquier ciudadano podía humillar o matar a un judío o al que se opusiese al régimen. 

Tengamos en cuenta que la Ley, si hablamos de aquella que asume como tal el Superyó, no es moderada ni ecuánime, es parcial, es una interpretación descontextuada del cuerpo total del sistema jurídico, por eso se puede decir que esa, como ley, tiene cierto sesgo de insensata. Consideremos que el hombre común y aún el letrado, no conocen ni podrían recordar todas las leyes de un sistema jurídico. Es así de complejo poder definir con qué ley se exige a un hombre común que rija sus actos. Sin embargo, el Estado no puede ser parecido al Superyó aplicando leyes parciales e insensatas, pero es exactamente lo que vemos en los estados totalitarios. En este sentido citaré una expresión de la ‘ética’ de Herman Goering: Recht ist, was uns gefält (‘El derecho es lo que nos place")[1]. Quizá no haya otra alternativa, parafraseando a la religión, un hombre probo debe ser ‘temeroso de la Ley’ y la Ley debe ser autónoma de conveniencias circunstanciales, hay que evitar el ‘estado de excepción’[2]. La Ley en que se apoya el juicio de un mandatario o de un sujeto logrado no puede ser la del Superyó.

La violencia que nos preocupa es aquella que tiene un basamento simbólico. Un discurso que ubica a un sujeto, que orienta su deseo en un proyecto sostenido en el tiempo, y que tiene la perseverancia y la fuerza para llevarlo a cabo. Esta descripción, tiene muchas similitudes si se compara con lo que sabemos de la organización de la paranoia, cuyo propósito tiene una exagerada certeza de los juicios que lo sostienen.

Otra preocupación es la naturalización de la violencia. A pesar de haber sido estudiado y experimentado muchas veces, el terrorismo de Estado o la crueldad organizada vuelven a sorprender como increíbles. Cada vez que la humanidad ‘presencia’ o protagoniza una nueva expresión de la devastadora maldad humana vuelve a sorprenderse, por lo menos esto acontece con la humanidad que está diseñada para rechazar por medio de diques morales, pudor, vergüenza y culpa los hechos crueles[3]. Sin embargo, en aquellas sociedades que están habituadas a la violencia nada las sorprende y todo es aceptable, cada vez son más los casos de acostumbramiento. Pueden haber acontecimientos cada vez más graves frente a la indiferencia de los que ya están habituados, ya están hechos para ese propósito. Hay enorme cantidad de experiencias muy cercanas donde se mide la ‘siniestra’ plasticidad social para ver deportaciones y matanzas de judíos en la Europa nazi, o para ver la desaparición forzada de personas y asesinatos como en la Argentina del Proceso. No sorprendió demasiado ver pasar los trenes de deportados rumbo a los campos de exterminio. Quizás es por esta sorpresa ingenua en ciertas sociedades o estos excesos de tolerancia a la crueldad en otras, que debemos estar atentos y estudiar estos fenómenos; solamente recordando y estando advertidos habría alguna esperanza de atenuar la inexorable repetición. En la actualidad, cotidianamente, cada vez nos sorprende menos la corrupción del Estado, los delitos vandálicos y que las fuentes de la violencia sean los mismos que dicen querer resolverla.

Las formas más graves de maltrato o desconocimiento de los derechos del semejante se evidencian en las leyes cuando éstas se dirigen contra un grupo o lo discriminan del conjunto de una población.

Una conclusión es que la violencia preocupante es la que está motorizada por un discurso que demuestra un propósito que desconoce al prójimo y busca un tratamiento segregado de derechos y potencialidades a todo aquel que no adhiera al carácter de este tipo de discurso único. Si bien todo discurso es simbólico, estos modos que asumen los discursos únicos adecuan el simbolismo al servicio de un propósito imaginario narcisista, que borra las diferencias para que todo cierre adecuado a la voluntad del amo.

Para que operen las cosas de esta forma, la realidad ‘se achata’[4] uniendo el Ideal con la Ley y haciendo que la voluntad de poder del amo no encuentre obstáculo. Los signos de concordancia de los ideales narcisistas con las leyes son indicadores de riesgo acerca de lo que irá aconteciendo. Este tipo de deformación es típico del Superyó y cuanto más se asemeje una organización social al imperativo superyoico más cerca estaremos de lo peor. Si bien las singularidades muestran que el discurso vigente, una vez configurado, es una máquina autónoma,  siempre estará accionada por algún líder como agente. Quizás  ésta sea otra de la singularidades de la especie o la organización gregaria que la caracteriza, el seguir a alguien que se erige como líder en el lugar del ideal.

La psicosis, la psicopatía, o alguna otra categoría nosográfica son excedidas por estos modos de accionar ya que la condición canalla es transestructural.

Desgraciadamente la especie humana es proclive a las inducciones de los líderes y los discursos, estos son buscados permanentemente y creen ser encontrados en cualquiera que se ubique en el lugar del liderazgo: el lugar del Ideal del yo. El simbolismo crea el trono y otorga el cetro, cualquiera que lo detente adquiere poder.  Una vez lanzada la consigna y desensibilizada la turba, el pueblo o el ejército se vuelven autómatas determinados por las consignas del discurso. A esta regresión es vulnerable cualquier grupo humano y basta muy poco tiempo, algunas veces instantes, para que se pierdan miles de años de cultura. Para que esos modos de accionar perduren en el tiempo deben ser sostenidos por un proyecto con deseos referidos a un propósito y, como todo deseo, tiene por sentido último, se alcance o no, una expectativa de satisfacción. La satisfacción puede llegar a ser la más aberrante que se pueda imaginar o incluso, como ya pasó muchas veces, ser inimaginable; aún así puede perdurar y llevarse a cabo por personas comunes que no se preguntan por lo que se les impone hacer. La preservación de la calidad del discurso que organiza una sociedad, en especial la calidad de sus leyes y costumbres, es decir su ética parece ayudar a evitar estos fenómenos. Aunque en una cierta analogía con el cáncer, la calidad simbólica de una sociedad en cuanto a su refinamiento intelectual, como la inmunidad en el cuerpo canceroso, se pone al servicio de la enfermedad. El refinamiento intelectual potencia los peores proyectos y algunas veces la vergüenza, la repugnancia, la culpa, la pena, son disueltos por las ‘buenas razones’, los diques bases del sistema represivo se configuran por los parámetros de la cultura que se ha incorporado. Por lo tanto sigue siendo lo bastante frágil el humano como para requerir de dirigentes que velen por la calidad de las reglas y especialmente que estas se cumplan con cierta equidad.

Referencias
[1] Wittgenstein, L. (1990). Conferencia sobre ética. España: Paidós, p. 60. 
[2] Agamben, G. (2002). Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. España: HOMO SACER III, Pre-textos, 2002.
[3] Nussbaum. M.C. (2006). El ocultamiento de lo humano, Repugnancia, Vergüenza y  Ley. Argentina: Katz Editores.
[4] Peskin, L.  (2000). Del ‘acto cruel’ a la psicopatología de la delincuencia cotidiana. Revista de APA, 2000: vol. Internacional n.
Peskin, L. (1994). Historia. Historiales, El espesor de la realidad. Buenos Aires: Ed. Kargieman.
Peskin, L. (2008). Los laberintos de la violencia, en Violencia y psicoanálisis. Buenos Aires: Ed. Lugar-APA.
Peskin, L. (2008). La violencia de hoy y de siempre. Revista de APA, 4.
Peskin, L. (2015). La realidad, el sujeto y el objeto. Paidós. Bs. As.
 

Otros artículos de: