Aunque Sigmund Freud haya vinculado, en ‘Análisis terminable e interminable’, esas ‘tres profesiones imposibles’ que son analizar, educar y gobernar
[1], tres profesiones que tienen en común una interacción humana, el hecho es que los campos de lo político y de lo psicoanalítico están separados. Clausura del espacio psicoanalítico por un lado, con abstención de la puesta en acto, mientras que por el contrario, la acción y la decisión se encuentran en la base de la política, palabra íntima y preservada por la confidencialidad absoluta aquí, a diferencia de una palabra pública dirigida hacia afuera destinada a convencer, suspensión en el análisis de un juicio que denuncie o divida, mientras que en el campo político, sostiene la acción a emprender.
Sin embargo: a pesar de la particularidad de su ejercicio, el psicoanalista se encuentra inmerso en la vida de la comunidad y de su país, y sabemos que la práctica analítica resulta complicada o imposible, incluso pone en peligro bajo regímenes de dictadura o de libertad vigilada. En la medida en que lo político es un campo de conflictos donde se desencadenan fuerzas pulsionales, en la medida también en que la palabra del psicoanalista no es ideológicamente ‘neutra” desde el momento en que se torna pública (¡sobre todo si se libra a audaces interpretaciones!), sólo podemos subrayar, como escribe Lise Demailly, ‘las incomodidades del psicoanálisis con lo político’
[2], incluso aunque admitamos que ‘es responsabilidad de los psicoanalistas hacer su aporte al esfuerzo común para pensar la situación,pensar su peligrosidad…’
[3] embarazosa.
Freud lo hizo en su respuesta a Albert Einstein, con ‘¿Por qué la guerra?’, después de las reflexiones sobre ‘Psicología de la masas y análisis del yo’ y ‘El malestar en la cultura’, así como con el prudente juicio vertido sobre la experiencia comunista. Entre los numerosos psicoanalistas que han seguido esta línea, entre ellos Jean-Claude Stoloff que, en un libro reciente
[4], subraya la fecundidad de trazar un paralelismo entre conflicto psíquico y debate democrático, la mayoría se centró en explorar cómo las catástrofes de la civilización del siglo XX (la Shoah y otros genocidios) le habían dado un nuevo giro al pensamiento psicoanalítico tomado por lo político, y por la autodestructividad repentinamente develada en ‘lo humano’.
En las situaciones que la convocan, la reflexión psicoanalítica contemporánea sobre lo político se sostiene, entonces, en una responsabilidad asumida cuando se imponen el sufrimiento de los cuerpos y de los espíritus, y la violencia real o simbólica. Así, en la convocatoria de la 30° Conferencia de la Federación Europea de Psicoanálisis (La Haya, abril de 2017), cuyo tema era ‘Lo propio y lo ajeno’, leíamos:
Hemos elegido este tema porque, en un espacio de tiempo muy reducido, la Europa actual debió enfrentar desafíos políticos, económicos y culturales inmensos, que encierran un fuerte potencial de conflictos y vuelven a cuestionar las estructuras sociales conocidas hasta ahora.
Uno de esos desafíos políticos y culturales tomó el nombre de
identidad. Despertó inquietudes y conflictos apasionados, que condujeron también a la toma de decisiones y elecciones políticas, entre ellas, la elaboración de leyes que modificaron el espacio social. Son políticas, en efecto, las elecciones que se deben hacer ante la regulación de los flujos de inmigración o la preservación de los derechos humanitarios ante los dramas vividos por los ‘migrantes’, cuando el mar mediterráneo devino cementerio marino…
‘Crisis’ o ‘reivindicaciones identitarias’, amenazas a las fronteras y al ‘hogar de cada uno’, temor de ver cómo se pierden las raíces de la identidad cultural cuando, por el contrario, la ‘radicalización” conlleva peligro, inquietud en cuanto a la laicidad cuando se instalan fundamentalismos religiosos: repliegue y fracturas amenazan la posibilidad de un ‘vivir juntos’…Las elecciones se consideran amenazadas por ‘una trampa identitaria’ que agudiza las viejas oposiciones políticas. Hubo incluso en Francia, durante cierto tiempo, ¡un ministerio de identidad nacional! Y frente a la angustia de pérdida de identidad tanto como de pertenencia, escuchamos a veces que se formula la fantasía de un ‘gran reemplazo’.
Entonces, ¿qué es lo que denomina la palabra
identidad? La palabra invasiva devino slogan de enfrentamientos políticos velando la naturaleza o la realidad de la cosa. Otro asunto de palabras: ‘separatismo’ supone suplir hoy ‘comunitarismo’. La pertenencia identitaria llega a implicar también ‘la asignación’ de género y de sexo. La interrogación sobre la identidad en las políticas contemporáneas convoca la relación con el otro, con el extranjero, su eventual exclusión por las medidas defensivas que allí participan.
Sin embargo, la noción de identidad, hecho tanto político como social, no puede ser examinada sin recorrer, aunque sea muy rápidamente, el campo de las disciplinas que intentan dar cuenta de ella. De este modo, la vaguedad del concepto y su enigmático uso lexical han sido objeto del análisis decapante de Vincent Descombes, quien examina en
L’embarras de l’identité[5] la pregunta ‘¿Quién soy yo?’. Sin embargo, el análisis lingüístico de las designaciones de la palabra
identidad no suprimió su uso polémico dado que en ocasiones fue acompañada por la carga afectiva y psicopatológica: ‘la obsesión identitaria’, para algunos, o incluso ‘la identidad desafortunada’ para Alain Finkielkraut
[6]. Mientras el filósofo François Julien asegura que no hay identidad cultural, el demógrafo, Hervé le Bras, a su vez, traza la historia de una nación necesariamente mestizada. Y cuando la sociología es convocada por Nathalie Heinich
[7] el arqueólogo y prehistoriador Jean-Pierre Demoule propone, por su parte, una crítica argumentada de nuestros míticos orígenes indoeuropeos
[8].
Al lado de estas disciplinas, ¿Cuál puede ser la contribución propia del psicoanálisis si intentara esclarecer, desde la intimidad subjetiva, la noción de identidad en el campo político en el que se manifiesta, y en ocasiones se desencadena? En primer lugar, comprobemos la rareza del empleo del término en Freud, sin duda porque es rápidamente vinculada al imperio y a la psicología del yo, o del ‘self’. Por otra parte, podemos observar que es sobre este aspecto que la referencia a la identidad se instaló en el psicoanálisis anglosajón, con Erik Erikson y sus desarrollos sobre las ‘crisis de identidad’.
Pero esta contribución debería inscribirse en la perspectiva antropológica que no dejó de estar presente en la obra freudiana, sobre todo, en la reflexión sobre ‘el malestar en la cultura’ donde las fuerzas psíquicas de ligazón, las de Eros y las identificaciones, se oponen a las fuerzas de desmezcla de las pulsiones de destrucción. En Freud, siempre, la visión de un ‘individuo humano’ desprendiéndose de la ilusión religiosa pero extrayendo su verdad, incluso su identidad, de una herencia ‘originaria’, reposa sobre la hipótesis sostenida en múltiples ocasiones, sobre todo en ‘Construcciones en el análisis’, de que podemos ‘tomar a la humanidad como un todo y ponerla en el lugar del individuo humano’
[9]. La identidad remitiría entonces, desde el punto de vista de las raíces subjetivas, a este originario que perdura transformándose.
Pero la identidad conlleva el destino de lo que pulsa hacia lo semejante y lo idéntico cuando se trata de reconocer y de hacerse reconocer, pero también de reencontrar la experiencia de satisfacción: con el par ‘identidad de pensamiento, identidad de percepción’ se manifiestan para este reencuentro, los procesos primarios y secundarios. Y el proceso de las identificaciones ocupa el primer plano en la búsqueda de identidad. Como lo señaló ‘Psicología de las masas y análisis del yo’, el pensamiento analítico confluye con lo político cuando se trata de examinar qué rasgos identitarios ligan entre sí a los que sostienen el amor o la masa, en la ligazón al ideal del yo y al líder. Pero el rasgo identificatorio que hace vivir al conjunto puede tanto reunir como excluir cuando se funda en el odio o en la eliminación del otro, del extraño: racismo e ideología nazi, esas culturas puras de identidad y de pulsión de muerte, nos dieron una prueba lamentable de ello.
El trabajo psíquico sobre el conflicto de las identificaciones, trabajo tanto analítico como cultural, es claramente una revisión de la noción de identidad: se distinguen lo idéntico y lo singular, la pertenencia colectiva y el individuo, cuando se reconoce la pluralidad de una ‘personalidad psíquica’ con fronteras indefinidas y con diversas poblaciones que la componen.
De esta manera, la identidad se encuentra en análisis, siempre a descomponer: una descomposición frágil, no obstante, cuando encuentra la incertidumbre del sentimiento de existir, o la experiencia del desamparo. La clínica de los estados límite o de los ‘sufrimientos narcisistas identitarios’, donde ocupan el primer plano las cuestiones del narcisismo y de las fronteras del yo, y por lo tanto las de la relación con el otro y con el extraño (como lo subraya Nathalie Zilkha en
L’altérité révélatrice[10]) echan algo de luz sobre lo que los desamparos sociales y sus reivindicaciones identitarias imponen al político. Laurence Khan, sin embargo, plantea esta hipótesis:
Me pregunto hasta qué punto la atracción del psicoanálisis por los problemas terapéuticos ligados a fallas identitarias no debe ser considerada como un síntoma de nuestra enfermedad cultural actual…Es en el plano cultural, en la historia contemporánea de la cultura, que tuvo lugar la deflagración de una aniquilación inconcebible que menoscaba la noción de identidad.[11]
El esclarecimiento aportado por el psicoanálisis sobre las políticas contemporáneas que ponen en juego la identidad, esclarecimiento que obtiene de su práctica misma, podría ser perfectamente el del trastorno y el de la inquietud que toman en cuenta esta realidad psíquica: la identidad se revela como imposible de definir cuando su ilusión unitaria es deshecha por la existencia misma y la acción del inconsciente (el yo no es amo en su propia casa), dicho de otro modo, por la repetición que lo afecta y lo pone en peligro. De esta manera, Michel de M’Uzan propone la distinción entre ‘repetición de lo mismo’ y ‘repetición de lo idéntico’: diferenciación valiosa que esclarece los procesos psíquicos de repetición y sus potencialidades de transformación. Por otra parte, este psicoanalista hizo de la identidad y de lo identitario un tema primordial de su teorización, distinguiendo en la psiquis, un registro identitario, el ‘
vital-identital’
[12] donde el tratamiento de la autoconservación ocupa el primer plano. El término se propone en eco con lo ‘sexual’, propuesto por Jean Laplanche para el registro freudiano de lo pulsional sexual, objetal, narcisista.
Entre permanencia y transformaciones, entre fijeza y movimientos, así encontramos la identidad psíquica, atravesada por el movimiento conflictivo de las identificaciones, la incertidumbre y la vacilación de las fronteras psíquicas según la angustia o el estado amoroso, en el replanteo eventual de asignaciones de género
i[13]. La experiencia psíquica que Freud propone con ‘Lo ominoso’
[14] – no sólo una experiencia de terror sino la experiencia fecunda de un desasimiento: ¡la experiencia-incluso del inconsciente- sería una importante ilustración de esta inquietud, ¡sin duda más rica de enseñanza en la cura psicoanalítica que en el espacio social y político!
¿Dónde confluyen entonces pensamiento psicoanalítico y convicciones políticas en el abordaje de las cuestiones identitarias contemporáneas? Sin duda en la necesidad de deshacer la imprecisión o la ‘apropiación’ de una palabra, como escribe Viviane Abel-Prot
[15], pero con la exigencia de examinar los efectos concretos de esta apropiación. Puesto que, aunque mantengamos diferenciados, con respecto a la identidad, los campos de lo analítico y de lo político, nos vemos nuevamente llevados a la problemática que inquieta sobre la fragilidad de lo humano: la complejidad de las identificaciones puestas en juego desde el momento en que se ejercen amenazas o crispaciones identitarias, las fuerzas de mezcla y desmezcla así provocadas o desencadenadas, también la masividad de defensas proyectivas, no pueden hacer que ignoremos que apropiación y destructividad van frecuentemente de la mano.
[1]Freud, S. (1937). L’analyse avec fin et l’analyse sans fin.
OCF-XX. [Análisis terminable e interminable]. Paris: PUF 2010, p. 50.
[2]Demailly, L. (2018). Que faire des embarras de la psychanalyse avec le politique.
Le Coq-heron, 2018/2 233, 42-47.
[3]Franck, A. (2018). Saisir le Politique avec la psychanalyse.
Le Coq-heron, 2018/233, 48-49.
[4]Stoloff, J.C. (2018). Psychanalyse et civilisation contemporaine - quel avenir pour la psychanalyse. Paris: PUF.
[5]Descombes, V. (2013).
Les embarras de l’identité. Paris: Gallimard. NRF Essais.
[6]Finkelkraut, A. (2016).
L’identité malheureuse. Folio: Gallimard.
[7]Heinich, N. (2018).
Ce que n’est pas l’identité. Paris: Gallimard.
[8]Demoule, J-P. (2014).
Mais où sont passés les Indo-Européens ? Le mythe d’origine de l’Occident. Paris: Seuil.
[9]Freud, S. (1937). Constructions dans l’analyse,
OCF-XX. Paris: PUF, 2010.
[10]Zilkha, N. (2019).
L’altérité révélatrice. Paris: Le Fil Rouge, PUF.
[11]Kahn, L. (2004).
Fiction et vérités freudiennes. Interview with Michel Enaudeau. Balland. 2004, p. 288.
[12]De M’Uzan M. (2005).
Aux confins de l’identité. Paris: Gallimard.
[13]Tamet, J-Y. (2019). Le genre inquiet. ‘Folies de la norme’,
Le présent de la psychanalyse, 02, septiembre 2019.
[14]Freud, S. (1919).
L’inquiétant, OCF-XV. [Lo ominoso]. Paris: PUF, 1996.
[15]Abel-Prot V. La mainmise d’un mot. ‘Folies de la norme’,
Le présent de la psychanalyse, 02, septiembre 2019.
Traducción: Patricia Suen